La situación en Ucrania continúa deteriorándose de manera alarmante. Las poblaciones de Kyiv y otras ciudades han soportado una escalada ininterrumpida de ataques, acumulando ya más de tres años de adversidad. Si bien la sociedad ucraniana ha demostrado una notable capacidad de resistencia, la naturaleza reciente de los ataques ha introducido un nuevo nivel de presión psicológica y táctica: oleadas masivas y coordinadas de drones y misiles, concentradas estratégicamente en núcleos urbanos.

Créditos de las imágenes: Brigada Azov, Fundación Come Back Alive
En 2022, la aparición de los drones Shahed —de origen iraní— marcó un cambio en el tipo de amenaza aérea. Hoy, su zumbido en el cielo ya no causa sorpresa, sino temor. Su nueva configuración, más letal, recuerda el terror sonoro que provocaban los bombarderos Stuka alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. El resultado ha sido un regreso masivo de la población civil a refugios subterráneos, una regresión emocional a los días iniciales del conflicto.
Una residente de Kyiv narró que «la casa tembló como si fuera de papel», mientras que otra admitió que por primera vez bajó al estacionamiento subterráneo al ver incendios al otro lado del río. Estos testimonios reflejan cómo el impacto psicológico y simbólico de los ataques supera muchas veces el daño físico directo.
Dimensión humana del conflicto
Aunque no todos los ataques provocan víctimas fatales, el efecto acumulativo sobre la moral colectiva es devastador. La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU reportó en junio un pico de víctimas civiles no visto en tres años: 232 personas muertas y más de 1.300 heridas. Muchas de estas muertes no ocurrieron en zonas de combate directo, sino en ciudades supuestamente alejadas del frente.
Los Shahed han incrementado su alcance (hasta 2.500 km), altitud y capacidad destructiva, transportando ahora cargas explosivas de hasta 90 kg. Su uso masivo —combinado con trayectorias erráticas para evadir defensas— busca abrumar los sistemas antiaéreos ucranianos. Parte de ellos funcionan como señuelos, obligando a las fuerzas ucranianas a gastar recursos valiosos interceptando amenazas que no tienen objetivos militares reales.
Una guerra de cantidad vs. calidad
Esta dinámica refleja el principio atribuido a Stalin: “La cantidad tiene una calidad en sí misma”. Moscú parece haber adoptado esta lógica, priorizando sistemas como el Shahed por su bajo costo y facilidad de producción. Si bien no son armas de alta sofisticación, su despliegue masivo presiona constantemente a las defensas ucranianas.
Los informes indican que Rusia podría estar en condiciones de lanzar más de 1.000 drones y misiles en una sola noche. En junio se registraron más de 5.400 drones; en los primeros nueve días de julio, más de 2.000. Este crecimiento exponencial responde a una producción intensificada dentro del propio territorio ruso.
Este escenario plantea una tensión insostenible para Kyiv: mientras que Rusia puede recurrir a drones desechables y misiles balísticos con relativa facilidad, Ucrania debe emplear costosos misiles aire-aire o sistemas Patriot, agotando rápidamente su capacidad defensiva.
Brecha estratégica y análisis desde la mirada de Liddell Hart
Desde una perspectiva estratégica inspirada en Basil Liddell Hart, este conflicto exhibe el uso sistemático de lo que él llamaría una estrategia indirecta. Rusia no busca solamente victorias decisivas en el campo de batalla tradicional, sino que emplea un enfoque más psicológico, orientado a la desestabilización emocional, la fatiga social y el desgaste logístico del adversario.
La guerra moderna, bajo esta lógica, se gana tanto en el plano material como en el mental. Liddell Hart argumentaba que el objetivo de toda estrategia debería ser desorganizar al enemigo con el menor costo posible. Los enjambres de drones Shahed cumplen con esa premisa: su bajo costo, su impacto emocional y su capacidad para generar confusión y desgaste reflejan una aplicación moderna de ese principio.
Ucrania, por el contrario, ha tenido que adoptar una postura predominantemente reactiva, agotando recursos caros para contrarrestar una amenaza asimétrica. Esto demuestra una desventaja estructural en cuanto a capacidad de respuesta, lo que expone la necesidad urgente de diversificar sus métodos defensivos, no solo con misiles sofisticados, sino con soluciones de bajo costo y alto volumen.
El dilema de la defensa aérea y los límites de la resiliencia
Como advierte el analista ucraniano Ivan Stupak, si Kyiv no encuentra una solución eficaz y sostenible para frenar estos ataques masivos, 2025 podría presentar un escenario aún más crítico. En este contexto, Ucrania ha intensificado los llamados a sus aliados, solicitando desde sistemas Patriot hasta acuerdos bilaterales de defensa. El Reino Unido, por ejemplo, ha respondido con el envío de más de 5.000 misiles antiaéreos.
Aun así, persiste una asimetría estratégica: mientras Rusia explota al máximo su capacidad de saturar los cielos con amenazas baratas, Ucrania necesita apoyarse en alianzas y cooperación internacional para sostener su defensa.
Conclusión: entre la estrategia y la supervivencia
La guerra en Ucrania ha pasado de ser un conflicto convencional a un ejemplo vívido de guerra de desgaste y operaciones indirectas. El enfoque ruso se alinea con postulados clásicos de Liddell Hart: atacar el sistema nervioso del enemigo antes que sus músculos. El terror aéreo, la desestabilización social y el costo de la defensa son herramientas de una guerra prolongada, en la que el tiempo y los recursos pueden definir el resultado tanto como los combates directos.
La verdadera batalla se libra ya no solo por el control del territorio, sino por el control del ánimo, la economía y la voluntad de resistir. La capacidad de adaptación estratégica será clave para Ucrania si desea sobrevivir —y superar— una campaña diseñada para vencerla desde dentro.
Ernesto R. Capoccetti